Vacía, pero vacía entera. No vacía adolorida, ni triste, ni cansada, ni abrumada, ni ausente, ni abismal, no melancólica, ni nostálgica, sólo vacía, completamente vacía. Pero por sobretodo sin memoria, ya no quiero acordarme.
Escombros de ti en los recuerdos que duelen, el resto soy yo. Esta imagen que no quiero. Se quebró el único espejo y ya no quisiera esforzarme -ni ilusionarme- por repararlo. Destruído. Asumir las cosas cómo son y como duelen, no como las quisiera...
Estoy embriagada y ausente. Sostengo el café que me hace funcionar el alma. Aunque me reservo la duda de su existencia, siento como los clavos de la herida aún me hacen gritar. Los gritos que de nada sirvieron y se ahogaron. El alma entera envuelta en un río, en una lluvia, en un mar. El agua turbia, los secretos líquidos, pero tan sólidos, hicieron llorar a cada uno de mis desvelos. Gritar a cada uno de mis huesos.
Quisiera vivir con alguna esperanza y alguien se equivocó al señalar que el desierto de atacama es el más árido del mundo. No buscaron en la desesperanza de mi alma, en la agonía irrecuperable de tanta melancolía.